Mis queridos amigos, parece que me ha tocado comenzar mal este año. Hace unos pocos días falleció un gran amigo y colega que me dejo el corazón partido.
Hoy por la mañana me ha dejado mi querida “Piaff”, mi vieja amiga, una labradora de 14 años con la que convivimos desde que tenía 50 días de vida.
No quiero comparar afectos ya que no son comparables, pero si sentimientos de pérdida.
Pase toda la noche junto a ella, se fue apagando lentamente. Mientras acariciaba su cabeza, como miles de veces desde que nos conocimos, la miraba a los ojos y susurrándole al oído le quise hacer entender que ya no podía hacer mucho por ella. Como me hubiera gustado poder hablar su idioma para pedirle perdón por todas las veces que la había retado o mandado “a la cucha” por las mil una veces que se mandaba alguna macana de cachorra. Por todas las veces que no entendí cuales eran sus dolores o sus sentimientos.
Cómo me hubiera gustado preguntarle si fue una perra feliz con migo y mi familia.
Hubiera pagado lo que no tengo para entrar profundamente dentro de sus ojos que me miraban fijamente.
Me hubiera gustado decirle: querida Piaff, fuiste una compañera extraordinaria, juntos hicimos cientos de kilómetros caminando por la vera del río. Les enseñaste a mis hijos el valor de un amigo fiel, jugaste mil partidos de futbol con las nenas y con Max y hace poco le mostraste a mi nieta Jazmin que hermoso que es acariciar un perro, fuiste el primer perro que acarició.
Cuando tuviste tus crías atendimos tu parto en familia y mis hijos vivieron en directo el milagro de la vida.
Querida amiga, voy a extrañarte mucho y porque no, a llorarte también.
Si existe un paraíso para los perros, por allí estarás trotando.